Puede que hayan pasado unas semanas o algunos meses desde que diste a luz a tu bebé…
Puede que sientas tu cuerpo cansado por la demanda del nuevo y cambiante ritmo de tu vida…
Por alimentar a tu bebé con tu propio cuerpo… cuidarlo, cuidarla con tu energía… sostener infinitas tareas, trabajo, familia… con todo tu ser…
Puede que te sientas atravesada por expectativas tuyas o de tus seres más cercanos y de la sociedad… Expectativas que van desde tu forma de maternar hasta tu estado físico.
Existen sobre el cuerpo femenino tantos parámetros de exigencia marcados por las expectativas sociales a lo largo de nuestras vidas. Pero cuando llegamos a la maternidad, sentimos un afán interior por volver a vernos como antes del embarazo o aún en mejor estado físico, con más energía, con capacidad de abarcar con nuestros cuerpos más y más cada día.
Podemos llegar a sentirnos inseguras ante la mirada de los demás si no creemos que satisfacemos ese juicio que parece externo pero que también está en nosotras.
Tomemos juntas este momento para buscar distinguir cuáles son tus necesidades profundas, cuál es tu deseo con respecto a ti misma sobre este aspecto puntual: tu cuerpo.
Encuentra una posición cómoda, preferentemente sentada, sin cruzar brazos ni piernas-
Apoya tus pies sobre el piso: siente la superficie de la planta de tus pies en contacto con el suelo. Siente el peso de tus pies y entrégalo a la tierra.
Ahora, observa tu respiración sin modificarla. Reconoce si es fluida o si la interrumpes o sostienes el aire en algún momento.
Observa si llevas el aire hasta el pecho o hasta el vientre.
Observa tu ritmo. Observa tu intensidad.
Aunque no te lo propongas, al observarla con consciencia ella irá modificándose, haciéndose más calma, conectada, fluida.
Busca ahora llevar el aire que inhalas hasta tu vientre, sintiendo cómo se expanden tus costillas… cómo baja tu diafragma… masajeando suavemente por dentro tu abdomen.
Exhala por la boca lentamente.
Escucha el aire pasando entre tus labios. Siente tu ombligo contraerse hacia adentro y hacia arriba.
Haz dos o tres respiraciones profundas a tu ritmo.
Respira conmigo ahora, inhalando en cuatro tiempos: uno, dos, tres, cuatro…
Sostén el aire adentro tuyo: uno, dos, tres, cuatro…
Y exhala: seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno…
Cuatro, tres, dos, uno…
Inhala profundamente: uno, dos, tres, cuatro…
Retén el aire: uno, dos, tres, cuatro…
Exhala: seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno…
Cuatro, tres, dos, uno…
De nuevo inhala… uno, dos, tres, cuatro
Sostén el aire: uno, dos, tres, cuatro
Exhala lentamente: seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno…
Cuatro, tres, dos, uno…
Sigue respirando plenamente conectada con el aire que entra y sale de tu cuerpo.
Visualiza un gran espejo delante de ti y encuentra tu imagen en él. Sigue inhalando y exhalando conectada y profundamente.
Vamos a concentrar la mirada en cada parte del cuerpo… y cada lugar donde apoyemos los ojos se irá relajando, entregando con confianza a estar presente.
Lleva tu mirada a tus pies: observa cada detalle, respira su imagen y siente cómo se relajan y pesan cada vez más sobre el suelo.
Sube lentamente la mirada por tus piernas, desde los tobillos, subiendo por las tibias hasta llegar a las rodillas. Observa esta parte de tu cuerpo y siente cómo se relaja más y más.
Inhala y exhala todas las inseguridades…
Sigue subiendo por los muslos hasta tus caderas. Obsérvalas. Siente cómo entregan su peso a la silla, al sofá, a la cama que te sostiene.
Inhala y exhala cada juicio sobre tu cuerpo.
Sube por la columna vertebral, abrazando con tu mirada la profundidad de tu vientre. Encuentra tu tórax, las costillas que se expanden y contraen con cada respiración.
Inhala y exhala todas las expectativas impuestas...
Siente el centro de tu pecho, tus senos.
Sube por tus clavículas hasta tus hombros.
Baja por tus brazos, hasta tus manos.
Siente cómo se relaja cada dedo, entregando su peso allí donde los apoyas.
Sube ahora por tu cuello hasta envolver tu cabeza. Encuentra con la mirada tu rostro…
Suelta la mandíbula…
Siente cómo se relajan tus labios…
Tus mejillas…
Tus párpados…
Tu frente…
Inhala y exhala los miedos, las inseguridades, las expectativas…
Todo tu cuerpo reflejado en ese espejo… se encuentra relajado, entregado con confianza a tu
mirada.
Obsérvate con aceptación, con respeto, con paciencia hacia los cambios que aún no te permiten estar cómoda en tu propio cuerpo.
Confía en él… en su capacidad de regenerarse, reconstituirse, recuperarse.
Confía en que encontrarás el equilibrio fundamental entre tu cuerpo, tu mente y tu espíritu.
A tu tiempo, toma los pasos…, busca las acciones que consideres necesarias para restablecer tu energía.
Sólo tú puedes saber cómo te sientes plena dentro de ti misma… Sólo tú puedes saber lo que
necesita tu cuerpo. Escúchalo con consciencia.
Busca con amorosidad y respeto las prácticas que te permitan conectar con tu cuerpo. Hazlo desde el deseo genuino de sentirte plena y vibrante.
Reconoce a la mujer completa y maravillosa que eres… sin reducirte a un aspecto de la completitud de tu ser.
Tu cuerpo merece cuidado y dedicación, lejos de las expectativas y los juicios… internos o externos.
Construye poco a poco los rituales para cuidar de tu cuerpo, tu mente y tu espíritu.
Con confianza…
Con respeto…
Con paciencia hacia ti misma…
Namasté
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